El recorrido ideológico de Maradona, de su desinterés inicial a cómo se transformó en un “animal político”
¿Cuándo el ídolo, incluso a pesar de sus oscilaciones, comenzó a tomar posición y desafiar a algunos poderes? Fidel Castro, la FIFA, Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner, el Vaticano y Carlos Menem, entre muchos otros, forman parte del mapa de uno de los deportistas de mayor compromiso fuera de la cancha.
Que lo encuentra a Eduardo Duhalde en el desierto y le tira una anchoa. Que se convirtió en una bola de fuego al ver todo el oro en el techo del Vaticano. Que, si se lo pidiera Carlos Menem, podría dedicarse a la política. Que George W. Bush es un asesino y prefiere ser amigo de Fidel Castro. Que Domingo Cavallo mandó al país a la Primera C. Que Mauricio Macri era el cartonero Báez. Que siempre fue peronista pero que apoyó a la Argentina gobernara quien gobernara.
Diego Maradona no fue político bajo ninguna de las dos acepciones del término, la de ejercer un cargo público ni la de comportarse con corrección o cortesía diplomática, pero muy pocos deportistas tomaron partido o se posicionaron ideológicamente como él.
El 10 comenzó como un futbolista desinteresado por las arenas del poder y de a poco se fue transformando en una figura con voz propia, refractaria a algunos presidentes, instituciones y corporaciones, y cercana a otros: jugó a favor y en contra -y con algunos pateó un tiempo para cada lado- de la FIFA, Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner, Menem, el Papa Juan Pablo II, Fidel Castro, el periodismo, Hugo Chávez, los jeques árabes y una gran diversidad de actores y actrices de la política, la economía, la iglesia y, por supuesto, el fútbol.
Llegó a fundar un gremio mundial de futbolistas que duró muy poco y una única vez se convirtió en algo parecido a un funcionario, cuando asumió como embajador deportivo, un cargo que el menemismo le inventó en 1990 y le arrebató al año siguiente tras su detención por supuesta tenencia de drogas, el episodio de la calle Franklin que muchos sospechan que fue urdido por el propio gobierno.
A veces directo, otras zigzagueante o también en marcha atrás, ese recorrido es abordado por “Rey de Fiorito, crónicas políticas y sociales de la vida de Diego Maradona”, un flamante libro publicado por Ediciones Carrascosa y SiPreBA en el que once periodistas y escritores hilan esa construcción fuera del campo de juego.
Leonardo Torresi, Agustín Colombo, Emiliano Gullo, Roberto Parrotino, Marcela Mora y Araujo, Pablo Perantuono, Sergio Olguín, Pablo Llonto, Ayelén Pujol, Mariano Verrina y Gabriela Pepe -con prólogo de Federico Yañez, más edición de Ezequiel Fernández Moores, Alejandro Wall y Andrés Burgo- intentan entender cómo Maradona trascendió el fútbol y se erigió en algo parecido a una figura patriótica, o al menos de la cultura popular del país. Como dijo Jorge Valdano, su compañero de ataque en el Mundial 86, uno de los tipos más pensantes del ambiente, “Diego volvió de México arriba del caballo blanco de San Martín”.
Maradona fue el triunfo posible de todos los Fioritos, su origen del que siempre hizo culto, su sedimento de las clases populares. Si Doña Tota y Don Diego nunca hablaron de política, alguna vez Maradona contó que sus padres habían sido silenciosos peronistas. El futuro Rey de Fiorito es de 1960, tiempo de proscripciones: el hospital en el que nació, el Eva Perón de Lanús, en esos años pasó a llamarse Gregorio Aráoz Alfaro, “un médico higienista de ideas conservadoras”, como define Torresi.
Ya en Argentinos Juniors y la selección juvenil, Maradona quedó atrapado en sus visitas grupales -incómodas, obligatorias, venenosas- al dictador Jorge Rafael Videla. Envuelto en esa telaraña de sangre, Colombo hace referencia a un partido amistoso del “que casi nadie quiere acordarse”, cuando los futbolistas-conscriptos del servicio militar -entre ellos Maradona y otros campeones del mundo juvenil de 1979- tuvieron que jugar en la cancha de Rosario Central el 9 de noviembre de ese año, ante una multitud de público y de militares en las tribunas.
Maradona fue uno de los pocos futbolistas que pediría por sus derechos amparados en la Constitución nacional cuando quería ser vendido de Argentinos al Barcelona en 1980 y la dictadura, que lo etiquetó como “patrimonio nacional”, no lo dejaba emigrar. Lanzar ese reclamo, en esa época, era toda una osadía pero también, ya muchos años más tarde, el ídolo defendería ocasionalmente al militar que los genocidas pusieron al mando de Argentinos, Carlos Guillermo Suárez Mason.
¿Cuándo Maradona, incluso a pesar de sus oscilaciones y contramarchas, comenzó a ser resbaladizo al poder, a medirlo, a cruzar de vereda? ¿Cuándo se mandó en contramano por el camino tomado por Pelé, una gloria futbolística más cercana a los señores de traje y, por lo tanto, más lejana a los hombres de Fiorito?
Hay varias respuestas posibles. ¿Habrá sido en 1980, cuando se le plantó al periodista de mayor poder de entonces, un ventrílocuo del poder militar y económico, al decir que “(Bernardo) Neustadt tiene derecho a elegir a sus entrevistados y yo tengo derecho a decir que no quiero ser entrevistado por un tipo como él”? ¿O cuándo en 1986, antes de que comenzara el Mundial, se sumó al reclamo de Valdano y se quejó ante el presidente de la FIFA, Joao Havelange, porque los partidos se jugaban al mediodía de México?
Hasta entonces, como recuerda Gullo en “Rey de Fiorito”, el Maradona contestatario o definido políticamente todavía no había florecido: hibernaba. En 1983, antes de las elecciones que marcaron el regreso a la democracia, Diego se reunió con cuatro candidatos presidenciales en un mismo día para escuchar sus propuestas. Sin experiencia democrática como mayor de edad, su línea política no estaba clara, de la misma manera que en 1987, en las legislativas, se negaría a declarar públicamente por quien votaría bajo una explicación que no vislumbraba al Maradona político que vendría.
“Yo no me prestaría. A mí la gente me quiere porque hago una gambeta o juego bien al fútbol. Ese cariño, entonces, no lo puedo aprovechar para engañar a la gente. Para evitar esa situación prefiero no participar en campañas políticas”, dijo entonces, ya rey del mundo en México y campeón de la liga italiana con el Nápoli.
Pero si en la Copa del Mundo 1986 ya había mostrado una rebelión inicial, en su paso por el Napoli se alimentaría de una lucha social, de clases, que terminaría de marcar su idiosincrasia: el sur pobre de Italia contra el norte rico. Parrotino rescata una frase muy lúcida del entonces patrón de la Juventus y capo de la FIAT, Gianni Agnelli: “No somos tan ricos para comprarlo ni tan pobres para necesitarlo”. Nápoles -la ciudad- necesitaba a Maradona y el argentino hizo causa común.
La canción que los hinchas de los equipos rivales le cantaban al Nápoli cuando visitaba el norte era “Sentí qué olor, se escapan hasta los perros/están llegando los napolitanos/los colerosos que con el jabón nunca se lavaron/Nápoli mierda/Nápoli cólera/Sos la vergüenza de la Italia entera”. El Mundial 90, los insultos de Maradona a los italianos de Roma que silbaban el himno argentino, y la supuesta “mano negra” que denunció de la FIFA de Havelange, no se entenderían sin su paso por el “necesitado” Nápoli. Alguna vez, el ídolo dijo que la bronca era su combustible: una parte del poder -y él elegía qué parte- también lo era.
Entonces ya conocía, desde 1987, a Fidel Castro. La agencia de noticias cubana, Prensa Latina, había elegido a Maradona como deportista del año y se estilaba que el ganador recibiera el premio en la isla. “No era fácil convencer a Diego. Si bien los años en Italia habían acelerado ciertas impresiones políticas de Maradona sobre el Che Guevara, a comienzos de 1987 prefería no pronunciarse sobre personajes o partidos políticos de su preferencia. ‘No quiero que me usen después políticamente’, fueron las primeras respuestas”, reconstruye Llonto, uno de los impulsores de ese primer viaje a Cuba, en las páginas del libro.
“Por entonces, sólo unos pocos pensaban que Maradona podía convertirse en un militante por la causa cubana. Resultaba más sencillo imaginar que para Diego había sido un premio más, con el colorido caribeño y el simpático agregado de conocer a una figura de la historia que al final se sumaría a la extensa lista de personalidades a las que Diego les había sonreído”, agrega Llonto. Pero entonces ocurrió el flechazo que muchos años después, en 2005, seguiría con el tren a Mar del Plata en rechazo al ALCA, el Tratado de Libre Comercio, donde trataría de asesino a Bush. Entonces, en la costa bonaerense, comenzaría otra nueva relación de sangre, ahora con Hugo Chávez.
En el medio, claro, había estado el menemismo, un capítulo con tantas idas y vueltas que Maradona invitó al presidente a su casamiento con Claudia Villafañe en el Luna Park (el primer mandatario no concurrió), recibió el pasaporte como embajador deportivo (que Diego intentó usar para zanjar con inmunidad diplomática el incidente automovilístico de uno de sus hermanos, durante el Mundial de Italia) y finalmente apoyó la reelección. En la segunda mitad de la década le seguiría la detención mediática de su representante, Guillermo Coppola, y una pelea bíblica contra Duhalde, entonces gobernador de Buenos Aires. En el mar revuelto del menemismo, además, un Maradona filoso también soltó elogios aislados para Cavallo (“porque combate a las mafias”) antes de embestir, una y otra vez, contra el ministro de Economía.
La autora de ese capítulo, Marcela Mora y Araujo, diagnostica: “Codearse con el poder y la postura de enfrentarse al poder cohabitaban en él. La vorágine de excesos que Diego persiguió sin descanso, su actitud desafiante y su proclamación anti-establishment coparon la percepción del personaje. Así como Menem cimentó su fortaleza en una alianza entre los más ricos y los más pobres, Diego transitó esa mismísima cuerda floja: champagne junto a la aristocracia del mundo pero una identificación absoluta y sincera con quienes compartieron su origen humilde”.
Ya en sus últimos años como futbolista, aquel Maradona era, a la vez, el Maradona del Boca presidido por Macri. Entre los dos nunca hubo química. “Había que estar muy cegado para creer que Maradona iba a soportar los berrinches y arbitrariedades de un recién llegado al mundo del fútbol. Los enfrentamientos fueron públicos y privados”, puntualiza el escritor Sergio Olguín, reconocido hincha de Boca. Y agrega: “Es imposible pensar una charla entre Diego y Macri en la que pudieran coincidir en algún tema. Habían nacido para estar en bandos distintos. Un destino muy irónico los juntó”.
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Ya convertido definitivamente en un ex jugador, el último Maradona, el de este siglo, fue el más politizado y más peronista, y sin embargo dijo festejar “como un gol” el voto no positivo del vicepresidente Julio Cobos. Pero en sus últimos años, acaso como el cierre de la parábola de aquella simpatía que profesaban sus padres en Fiorito, Maradona se mostró partidario y muy cercano de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y finalmente Alberto Fernández, bajo cuya presidencia volvió al balcón de la Casa Rosada poco antes de la pandemia.
También, en el medio, fue el Maradona que convivió con los jeques árabes de Emiratos Árabes y el dinero dudoso de Sinaloa -y el Diego que usó su poder durante mucho tiempo para contradecir a Cristina Sinagra, la madre de su primer hijo, como apunta Ayelén Pujol en “Rey de Fiorito”-. Lo que está claro es que su velatorio debía ser en la Casa Rosada y también multitudinario, popular, caótico, acorde al hombre que tomó partido dentro y fuera de la cancha, y que el 30 de octubre de 2021 cumpliría 61 años.
Fotos: Getty Images
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