Franklin 896: Historia de la traición del menemismo a Maradona
En abril de 1991, el gobierno de Carlos Menem llamó a los medios de comunicación para que fotografiaran al ídolo en plena adicción a la cocaína.
Los teléfonos de las redacciones de diarios, agencias de noticias, radios y canales de televisión de Buenos Aires comenzaron a sonar casi en simultáneo al mediodía del 26 de abril de 1991. La metodología utilizada por quienes llamaban fue similar: una voz -desconocida para quien atendía- pasaba una dirección, un mensaje, una hora y un apellido.
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-Yo trabajaba en la producción del noticiero de AM 950, la histórica radio Belgrano que pasaba a llamarse Libertad -recuerda Néstor Centra, periodista de larga trayectoria en los medios-. De repente atendí el teléfono y una vez anónima me dijo: ‘Prestá atención y anota esta dirección y esta hora, Franklin 896, Caballito. A las 3 de la tarde detienen a Maradona’. Quedé impactado. Y pasé el dato al informativo.
El plan terminó de orquestarse a las 15.37 de ese viernes, cuando decenas de periodistas y fotógrafos ya estaban apostados frente a la puerta de un edificio de dos pisos, a 150 metros del Cid Campeador: recién entonces, el ídolo -confundido, desaliñado, barbudo- fue llevado por tres policías hasta el patrullero que luego lo trasladaría al departamento de Narcóticos, en Caseros y Tacuarí. La noticia y la imagen fueron tan estremecedoras -su detención por tenencia de cocaína y su rostro desencajado- que en el momento pocos pudieron reparar que se trataba de la mayor traición política que Diego Maradona sufriría en Argentina. Parafraseando a un posterior spot proselitista, Menem lo hizo.
El mundo ya había empezado a ser un escenario hostil para Maradona. El mes anterior, el 17 de marzo, su control antidoping en un Napoli- Bari había dado positivo. La liga italiana lo sancionó provisoriamente y el ídolo se escapó de madrugada a Argentina con su familia: hasta la camorra napolitana, antigua compañera de noches felices, le jugaba sucio. La FIFA no tardó mucho en anunciar, el 6 de abril, que no podría jugar durante los siguientes 15 meses. Maradona tendría que nadar en un mar de petróleo. En plena lucha contra sus demonios y sin poder jugar al fútbol, una de sus primeras actividades públicas fue la que también debe ser una de sus imágenes iniciales como hincha de Boca en la Bombonera: el 25 de abril presenció un 3-1 a Corinthians por la Copa Libertadores. Pero si la cúpula del fútbol ya le había soltado la mano, en cuestión de horas -al día siguiente de ese partido- recibiría el golpe de la política: estaba revolcado en el piso y el menemismo lo pateó.
Aquel Maradona ya sabía lo que era enfrentar al poder. En el Mundial de 1986, siguiendo el posicionamiento de Jorge Valdano en contra de los partidos jugados al mediodía mexicano, había comenzado a criticar a la FIFA presidida por Joao Havelange. Durante su paso por el Napoli había arremetido contra el dominio y los comentarios racistas de parte del norte de Italia. Es cierto, también, que sabía usar su influencia para desacreditar el desesperado reclamo de Cristiana Sinagra, la madre de su primer hijo, Diego Armando Junior, a quien todavía no había reconocido. Y que con el presidente Carlos Menem había mantenido, hasta su caída, una relación cordial.
En julio de 1989, dos meses después de haber sido electo presidente, Menem se había sumado a la selección argentina para jugar un partido solidario en un país estallado por la hiperinflación. Cuarenta mil personas llenaron la cancha de Vélez para ayudar a los más necesitados, disfrutar a Maradona con la 10 y, en el mismo combo, ver jugar al riojano con la 5. Diego, vigente campeón del mundo, habló de “orgullo” y de “esperanza” para referirse a la presencia de Menem y al comienzo de su mandato. A los pocos meses lo invitaría a su casamiento con Claudia Villafañe en el Luna Park, aunque finalmente el presidente no concurriría. El pico de esa relación, siempre más buscada por Menem que por el futbolista, llegaría en el Mundial 90: un día antes de la inauguración de la Copa, el Jefe de Gobierno le concedió a Maradona un pasaporte diplomático y lo designó embajador deportivo de Argentina. La foto entre ambos, a ojos de todo el mundo, tuvo rédito político. Pero sería un abrazo de Judas.
Ya en el otoño de 1991, cuando a Diego le saltó el positivo y regresó al país, el menemismo no tardaría en apuntarle con el mismo oportunismo, aunque inverso. El secretario de Deportes, Fernando Galmarini (papá de Martín, futuro ídolo de Tigre, y de Malena, actual presidenta de AYSA, y suegro de Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados desde 2019), fue el vocero del gobierno: “Maradona es una mala imagen para el país, una vergüenza para Argentina, y al gobierno le preocupa su mal ejemplo para los niños argentinos”. El menemismo tenía tantos frentes abiertos que no está claro si hay que preguntarse qué ocurría en Argentina durante aquel abril o qué no ocurría.
Desde lo económico acababa de aplicarse la ley de convertibilidad, por lo que cada peso argentino pasaba a equivaler a un dólar, la receta del ministro de Economía, Domingo Cavallo, para intentar contrarrestar una inflación que en 1990 había sido del 2.314 por ciento. El gobierno continuaba con su política de privatizaciones y le vendía Aerolíneas Argentinas a la compañía aérea española Iberia, mientras cerraba nuevos ramales de ferrocarriles. El asesinato de María Soledad Morales, una chica de 17 años drogada y abusada por los dueños del poder en Catamarca, provocaba la salida del gobernador Ramón Saadi, la intervención federal de la provincia y la expulsión del diputado justicialista Ángel Luque por “inhabilitación moral”. Y el “YomaGate”, una escandalosa causa por lavado de narcodólares en una Aduana paralela en el aeropuerto de Ezeiza, salpicaba a la familia de Menem a través de su cuñada, Amira Yoma, y de su ex esposo, Ibrahim Al Ibrahim. En eso llegó la detención de Maradona: una tarea de inteligencia sabía dónde y en qué condición estaba el ídolo aquel 26 de abril de 1991. Había que llamar a los medios. Casi como una ironía previa a una de las frases más celebradas de Maradona, cuando en 1995 citaría a pelear a Julio Toresani en su casa (“Segurola y Habana 4310 séptimo piso”), acá la Policía pasaría Franklin 896.
“Fue uno de esos días en que la redacción (de la revista El Gráfico) apuraba su desalojo para prepararse para la actividad fuerte de verdad, la del domingo -escribió el periodista Daniel Arcucci en su libro ‘Conocer al Diego’-. Sonó un teléfono cualquiera. Avisaban de un operativo antidrogas en la calle Franklin y algo más: quien estaba dentro no era uno más: era Maradona. La fuente fue la misma Policía y quizás eso alcance para entender, más y mejor”.
Decenas de porteños, alertados por el movimiento de los periodistas, se convocaron frente al departamento. Cuando la puesta en escena se activó y Maradona fue mostrado como una presa, la gente lo ovacionó. En los pocos y tumultuosos pasos que lo separaban del patrullero, aún bajo los efectos del consumo, el ídolo dejó un par de frases con su sello. “Una vez que me escapo de mi esposa, me pasa esto”, llegó a decirle a un vecino, aunque la situación no daba para más picardías. También se le escuchó decir “No aguanto más” y “me quiero morir”.
“Lo acompañaban dos amigos de Villa Fiorito -escribió el periodista Alejandro Duchini esta semana en Página 12-. El día anterior a la detención Diego había discutido con su esposa, Claudia Villafañe, y se fue hacia ‘una noche de diversión’, como dijo él mismo, que terminó en Franklin. La idea era volver a su casa pero se pasó de largo y lo despertó un policía que le mostraba la credencial”.
El gobierno no tardó un día en quitarle el pasaporte diplomático y el cargo de embajador deportivo que le había otorgado hacía menos de un año. El paso siguiente del guión, también en menos de 24 horas, serían las declaraciones de Menem. “Es un muchacho enfermo que necesita ayuda”, dijo el presidente, mientras el ministro del Interior, Julio Mera Figueroa, remataba: “La detención de Maradona demuestra que en la Argentina no hay impunidad”. En su libro “Vivir en los medios”, el periodista Leandro Zanoni incluyó un testimonio de Luis Majul, entonces redactor en Somos, la revista política de Editorial Atlántida, house organ del menemismo: “El escándalo le cayó al gobierno de Menem como un regalo del cielo -dijo Majul-. Me acuerdo de haber hablado con funcionarios y estaban exultantes, festejando. Sacaron un importante rédito político”.
Así como Somos fue funcional al menemismo desde el título de su cobertura, “Se acabó la impunidad”, aún más polémico fue el rol que cumpliría la publicación deportiva de Atlántida, El Gráfico. Muchos creen que su tratamiento más policial que deportivo del tema, en sintonía con el interés del gobierno, marcó el declive de la revista deportiva más importante de América Latina. Dos informes supuestamente confidenciales, provenientes de la Federal, sostenían que Maradona portaba 115 gramos de cocaína en el momento de la detención y que estaba desnudo en una cama junto a dos amigos, sugiriendo una relación homosexual. Fue tal el escándalo que a los pocos días, la propia Policía le informó a la jueza del caso, Amelia Berraz de Vidal, que durante el procedimiento habían encontrado tres gramos de cocaína y que el ídolo estaba vestido. Las ventas de El Gráfico cayeron en picada.
Maradona pasó la noche del viernes en un calabozo de Tribunales y, tras jugar al chinchón -un juego de cartas- con otros detenidos, fue liberado al día siguiente, previo pago de una fianza de 20.000 dólares. No recibió cargos en su contra aunque, según el dictamen judicial, debía comenzar un tratamiento de rehabilitación. En los meses siguientes, siempre en plena lucha personal, Maradona sumaría a Menem a su lista de enemigos, con frases desde “El presidente me utiliza políticamente para desviar la atención de los problemas políticos”, hasta “estamos peor que en la dictadura”. Sin embargo, en sus contradicciones también características, Maradona terminaría amigándose con el presidente y apoyando su reelección de 1995. Ya en el verano de 1996 su sumó a la campaña “sol sin drogas”. La tarde del 26 de abril de 1991 había sido nublada.
* Este artículo fue publicado originalmente el 26 de abril de 2021.
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