No siempre se puede, Argentina
Nadie quedó conforme con el punto en Maturín, pero el contexto no puede obviarse. La ilusión de repetir todo lo bueno que se ha hecho sigue firme.
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Alguna autoridad habrá dicho que “el show debe continuar” para que se jugase el partido en Maturín. El diluvio que anegó el campo de juego originó que apenas viéramos retazos de un choque que prometía. La Argentina se trajo un punto y nadie quedó conforme. Venezuela lo empató en el segundo tiempo y tampoco su gente lo tomó como una victoria.
El empate, vale la pena decirlo, fue la consecuencia lógica de un dominio repartido y de una incontable cantidad de situaciones absurdas por el agua acumulada, los problemas que se repitieron en casi todo el partido para llevar la pelota y poder hacer un simple toque a un compañero, hasta algunas infracciones muy claras ignoradas por el juez uruguayo Gustavo Tejera.
La vuelta de Lio Messi no pasó inadvertida para nadie, pero las condiciones de ese regreso lo afectaron todo. Un par de pases, un remate desde lejos y otro desde cerca, que pudieron asegurar la victoria, tampoco contribuyeron a que el crack se luciera. Corrió mucho, recibió un par de patadas groseras, pero quedó entero para jugar el martes ante Bolivia.
Este equipo argentino tiene varias caras. De la buena victoria ante Chile, al flojo partido hecho en Barranquilla y esta presentación en una cancha inundada, no muestran una línea de juego similar y mucho menos la potencialidad que tienen los muchachos de Scaloni. Se supone que, como estamos en plena eliminatoria, hay que ser pragmático, cambiar esquemas y nombres, usar un defensor más o uno menos de acuerdo a la jerarquía del rival o el momento del partido, para cuidar el resultado a favor o buscar el empate. Se entiende y se acepta.
La Argentina está capacitada para ser multifacética, para olvidar por un rato a Messi y hasta para no extrañar a Di María. En Maturín, Rulli mostró credenciales para tenerlo en cuenta y Otamendi nos recordó que puede convertir en el arco venezolano y salvar la meta propia, cuando reaccionó al toque de Rondón que ponía el empate. Julián volverá a ser Julián más temprano que tarde y Enzo Fernández recuperará ese despliegue y esa prolijidad que anoche no tuvo.
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Venezuela ya no es un equipo ingenuo ni timorato. La mano de Fernando Batista se ha notado y sus chances de clasificación crecen con los partidos. Duro, áspero, con la desfachatez de Soteldo, la potencia solitaria de Rondón, un par de buenos mediocampistas y un arquero que no termina de crecer, pero casi siempre cumple como Romo, sigue en carrera.
Parece mentira, pero en un torneo de diez equipos, son ocho los países que lucharán hasta el final para jugar el Mundial de 2026. La victoria brasileña en Santiago tranquilizó al poderoso, Paraguay se sigue rearmando para dar pelea hasta el final, Bolivia encontró un santuario futbolero en El Alto, que es demasiado alto para todos. Apenas chilenos y peruanos parecen ser los únicos que se rendirán antes de tiempo, por carencia de talentos.
Quizá nos volvamos melancólicos por el tipo de partidos que vemos, o porque nos acostumbramos a ganar y parece no alcanzarnos el empate en Maturín, sobre todo cuando el equipo va cambiando nombres. Sabemos todos que hay recambio y que Messi no es eterno, pero el deseo de verlos como en Qatar muchos lo siguen confesando. Calma: hay plantel, hay cuerpo técnico y sigue firme la ilusión de repetir o mejorar lo que se ha hecho hace poco.
Está claro que Maturín quedará rápidamente en el recuerdo y se alejará pronto de la memoria. El martes, en el Monumental, será la oportunidad de volver a festejar.
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