Tantas fueron las palabras y especulaciones que se leyeron y oyeron. Tantos fueron los dedos acusadores que se levantaron, que hoy a varios de ésos ni se los va a ver por la calle. Julio César Falcioni dirigió su último partido en Independiente y por primera vez en mucho tiempo la totalidad de sus hinchas se quedaron conformes con la imagen mostrada.


Esto va más allá de un 4-4-2 o el esquema que quieran, si cinco defensores o si tres delanteros. Independiente fue a plantarse a la Bombonera, a dar pelea sin especular y a dejar bien en alto el nombre y el escudo. A dejar en claro que una cosa es ser un grande en un mal momento y otra es ser un mediocre con buenos jugadores. 

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El guiño de la suerte quiso, además, que no haya título para el clásico rival, pero eso hoy es lo de menos. Falcioni, tan criticado y vapuleado por propios y extraños, se despide del Rojo con el deber cumplido. Lo agarró en el fondo del mar, en un torneo empezado en un club en crisis institucional y lo dejó en mitad de tabla. Que claro que es poco para Independiente, poquisimo, pero vaya que fue difícil levantar el desastre futbolístico que dejaron Eduardo Domínguez y Daniel Montenegro.

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Podrán gustar o no los métodos y la idea de juego de Falcioni que para muchos no respetan la línea histórica del club. Sin embargo, y hablando de respeto, es menester destacar que el Emperador jamás salió a decir ni una palabra negativa para menospreciar al club que le dio trabajo. Algo que algunos desagradecidos que andan pululando sin pena ni gloria por ahí hicieron en más de una ocasión.