Diego Armando Maradona contempló por un instante el trayecto cansino de la pelota hacia el rincón izquierdo del arco de Newell´s y, antes de que impactara la red, salió disparado hacia los palcos para dedicarles a Claudia y a sus hijas Dalma y Gianinna el 1-0 de Boca. Sin saberlo, aquel domingo soleado del 14 de septiembre de 1997, una Bombonera repleta festejó el último gol de su carrera como profesional.

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Los hinchas habían comenzado a vibrar un minuto antes, cuando Martín Palermo, vestido de lateral zurdo, envió un centro al área y el defensor Daniel Fagiani, en su afán por interceptar el pase con destino a la suela del de Fiorito, desplegó su brazo derecho y cometió falta. Mientras las tribunas rugían, el árbitro Rubén Pascualino se amparó en la indicación del juez de línea Páez, el mismo al que el ídolo histórico le había arrojado agua en un clásico con Independiente cuando era DT de Racing, y sancionó la pena máxima.

Maradona agarró rápidamente la pelota, la colocó debajo del brazo y caminó hacia el punto penal. Entre los postes, con el buzo leproso, lo esperaba Sergio Goycochea, su amigo y ladero con la camiseta de Argentina en el Mundial de Italia 1990. “Creo que enfrente tuve al arquero más grande atajador de penales que vi en mi vida. Cuando entrenábamos en la Selección era imposible hacerle un penal”, expresó el N°10 azul y oro horas más tarde en conferencia de prensa.

“Pero en un partido así se juegan un montón de cosas –siguió-. Hoy ganaba el que aguantaba más y yo aguanté más que él”. Dio cuatro pasos de carrera, abrió el botín y la ubicó rasante contra el palo derecho de Goyco, que eligió el lado opuesto: “Creí que la iba a cruzar, que iba a meter un chanflazo ahí abajo, pero lamentablemente me engañó bien”.

Con el triunfo parcial, Maradona fue reemplazado por Diego Latorre pasado el cuarto de hora del complemento. Se retiró de la cancha con el pantalón recogido, rengueando con su pierna izquierda y con gestos de dolor. Antes de cruzar la línea de cal y sentarse en el banco, se quitó la cinta y se la entregó a Alfredo Berti, quien luego se la pasó a Claudio Caniggia. También estrechó la mano con el árbitro Pascualino, con el que tendría un enorme gesto al finalizar el encuentro.

“La verdad es que yo no iba a dirigir ese partido porque el día anterior, el sábado 13 de septiembre, había fallecido mi abuela. No sé cómo se enteró Diego y vino al vestuario a entregarme su camiseta firmada. Ese realmente era Maradona”, contó el experimentado silbato en una entrevista el año pasado con Unanimo Deportes.

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Ya sin el ídolo en el terreno, Boca sufrió el gol del uruguayo Josemir Lujambio cinco minutos más tarde y, en esa misma jugada, la lesión de Roberto Abbondanzieri, quien debió ser sustituido por Cristian Muñoz, tercer arquero del equipo. Más allá del duro golpe que significó el empate, el Xeneize logró enderezar la historia gracias a la conquista de Guillermo Barros Schelotto, quien estaba debutando esa tarde en La Ribera.

A sus 37 años, Maradona terminó festejando desde afuera la victoria 2-1 ante Newell´s, la víctima del último grito de gol de su historia como jugador profesional. Siete fechas más tarde, decidió colgar los botines tras ganarle el Superclásico a River en el Estadio Monumental.

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