Argentina jugó las últimas fechas de Eliminatorias Sudamericanas con jugadores que pasaron por alto la presión de los clubes ingleses para que no se sumaran a la selección, un conflicto que sí causará bajas en Brasil, Uruguay, Chile y Paraguay. La valentía de los futbolistas argentinos, acaso hermanados en un grupo que se fortaleció alrededor de Lionel Messi en la Copa América y quiere mantener esa sinergia hasta Qatar 2022, tiene un precedente: en la antesala de las Eliminatorias para México 86, Diego Maradona también se escapó a la negativa del campeonato más importante del mundo, que entonces era el italiano, para incorporarse al seleccionado.
Treinta y seis años atrás, en mayo de 1985, algunos árboles en la relación “ligas europeas-futbolistas sudamericanos” no estaban en el mismo lugar pero el bosque ya era el mismo (o muy parecido). Faltaba muy poco para el comienzo de unas Eliminatorias que serían dramáticas: se jugarían en seis fines de semana consecutivos, del 26 de mayo al 30 de junio, y sólo el primero de cada grupo se clasificaría a México de manera directa. Todavía sin solidez ni brillo, la selección de Carlos Bilardo había organizado cuatro partidos de preparación. Los dos primeros acababan de terminar en derrotas, 0-1 ante Paraguay en Asunción el domingo 28 de abril, y 1-2 contra Brasil en Salvador el domingo 5 de mayo. Ese mismo día, pero en Italia, Maradona jugó en el 0-0 entre Nápoli y Juventus por la 28ª fecha del calcio y comenzó el viaje en el que demostró -más que nunca- su incondicionalidad por la selección. El Diez se sumaría a los dos amistosos que le faltaban al equipo de Bilardo, ambos en el Monumental, el jueves 9 contra Paraguay y el martes 14 ante Chile, pero a la vez no dejaría de jugar para su club.
La temporada italiana 1984/85 estaba por finalizar: tras el empate ante la Juventus, sólo faltaban dos fechas. El Nápoli había cumplido una buena campaña: si el año anterior -sin Maradona- se había salvado de caer a la Serie B por un punto, en el primer torneo con su nuevo ídolo estaba octavo, en mitad de tabla, ya sin riesgo de descenso. Como tampoco tenía chances de clasificación a los torneos europeos ni a pelear el título (se consagraría campeón el actual Hellas Verona, entonces llamado Verona), el presidente del club, Corrado Ferlaino, autorizó el viaje de Maradona a Buenos Aires para que sumara a la selección.
El problema fue que la máxima autoridad de la liga italiana, Antonio Matarrese, se oponía a que los sudamericanos dejaran el torneo hasta que terminara la temporada. Y la presión iba en serio: el dirigente les envió un fax a los clubes informándoles de sanciones en caso de que sus figuras no se presentaran en las últimas dos fechas, las del 12 y 19 de mayo. En la práctica, los únicos sudamericanos en el calcio eran nueve brasileños y cinco argentinos. Pero mientras Brasil recién comenzaría sus Eliminatorias el 2 de junio, Argentina lo haría una semana antes, el domingo 26 de mayo, y además Maradona quería sumarse a los amistosos del jueves 9 y el martes 14 de mayo. En concreto, las amenazas de Matarrese sólo apuntaban a los únicos dos “italianos” convocados por Bilardo, el capitán del Nápoli y Daniel Passarella, entonces en la Fiorentina. Los otros “europeos” que se sumarían a las Eliminatorias, Jorge Valdano y Juan Barbas, competían en España.
Ya desde los días previos, Maradona empezó a dejar claro que viajaría a Buenos Aires como fuera. Suena extraño, pero hacía dos años y 10 meses que Diego no jugaba para la selección, desde el Mundial 82, en el final del ciclo de César Menotti como técnico. Bilardo repetía a cada instante que Maradona era el único titular de su equipo -además del capitán-, pero se acercaban las Eliminatorias y el Diez no había estado en ninguno de los 24 partidos dirigidos por Narigón hasta entonces, ni siquiera en los de la Copa América de 1983. Decidido a sumarse a los últimos dos amistosos preparatorios a las Eliminatorias, Maradona se mostró combativo. No pretendía faltar a los partidos del Nápoli pero tampoco a los de la selección: quería hacer una especie de doble sandwich, un BigMac de Argentina. “Ni el presidente (Sandro) Pertini me va negar a viajar, yo vuelo lo mismo”, dijo en referencia al jefe de Estado italiano.
Nada parecía detenerlo: “Ni Matarrese ni nadie puede decirme nada. Mi club me autorizó. Me pasaré 15 días viajando, va a ser duro, pero no tengo otra alternativa. El fútbol argentino me necesita”, agregó Maradona, y los diarios italianos hablaron de una sublevación. “Maradona desafía a la liga”, tituló Gazzetta dello Sport. “Maradona se rebela y viaja”, tituló Corriere dello Sport. Matarrese decía que no debía sentar un precedente pero su postura se parecía a un capricho: hasta los dirigentes de los otros clubes coincidían con Maradona. Gianni Agnelli, el patrón de Juventus, dijo: “Yo no entiendo esto. Si hay acuerdo entre el jugador y el club, ¿qué sentido tiene prohibirle viajar?”.
Y entonces empezó la locura. Después del empate entre Nápoli y Juventus el 5 de mayo, Maradona manejó contrarreloj los 240 kilómetros que separan Nápoles de Fiumicino, el aeropuerto de Roma. Lo hizo, según recordó el propio protagonista en el libro “Yo soy el Diego”, en una hora y media. El tema era tan importante en Italia que hubo periodistas que lo escoltaron en la ruta. “La gente se le tiraba encima del auto, lo aplaudía, le gritaba ‘Ar-gen-tina, Ar-gen-tina’”, dijo Rino Cesarano, un periodista napolitano que lo siguió en su sprint Nápoles-Roma. Passarella, que había jugado en el Fiorentina 3-Udinese 1, también viajaría con Maradona: ambos llegaron con lo justo al avión de la compañía aérea brasileña Varig -ya desaparecida-, que salió a las 22 rumbo a la Argentina.
Los dos líderes de la selección arribaron a Buenos Aires el lunes 6 al mediodía y, pocas horas después, en la tarde del mismo día, se sumaron al entrenamiento de la selección. “Gracias Diego, gracias Daniel, gracias por haber venido”, tituló El Gráfico. Entonces Maradona dijo una de sus frases más célebres en relación al técnico que, hasta entonces, nunca lo había dirigido. Consultado si era un salvador, el capitán respondió: “Yo no soy salvador, soy Diego. Salvador es Bilardo, que se llama Carlos Salvador”. Tres días después, el jueves 9, Maradona jugó contra Paraguay -su segundo partido en cinco días- en un Monumental con varios sectores despoblados. Convirtió de penal el gol del empate 1 a 1 y terminó una buena actuación personal en un equipo que sumaba tres amistosos sin triunfos: los diarios lo calificaron con 7 puntos, el más alto del equipo.
Al día siguiente, el viernes 10 por la tarde, el capitán volvió a Ezeiza y tomó un vuelo rumbo a Italia, previa escala en Río de Janeiro. En este caso viajó solo: Passarella se había hecho amonestar en el Fiorentina-Udinese y, por acumulación de tarjetas amarillas, había recibido una fecha de suspensión, por lo que quedaba al margen del partido ante Inter. Maradona llegó a Roma el sábado 11 al mediodía y se subió a otro avión, hasta Trieste, en el norte de Italia. Luego manejó un auto para recorrer los 70 kilómetros que lo separaban de Udine, la ciudad en la que el Nápoli jugaría al día siguiente contra el Udinese. Se unió con el plantel por la noche, descansó y, ya el domingo 12, en un estadio repleto, sumó su tercer partido en ocho días.
Aunque su equipo no se jugaba nada y podría haber puesto excusas de cansancio, Maradona estuvo lejos de cumplir una participación testimonial: tenía 24 años, quería ser el mejor jugador del mundo y anotó los dos goles del Nápoli al comienzo y al final del partido, el primero a los 4 minutos y el segundo a los 43 del segundo, para el empate 2-2 final. Uno de ellos fue con la mano, un engaño tan rápido como el que repetiría al año siguiente ante Inglaterra en México. Según recapituló Fernando Blanco, autor de la magnífica cuenta de Twitter @Diego10Querido, el brasileño Zico -figura del Udinese- encaró a Maradona después del partido: “Diego, dile al réferi que fue con la mano. Si no, sos un deshonesto”, a lo que Diego le respondió “Deshonesto Maradona, mucho gusto”. El empate, igual, le sirvió al local, que se salvó del descenso.
Y entonces, de nuevo, Maradona salió disparando hacia el aeropuerto de Roma. Según reconstruyó en “Nuestro Mundial, mi verdad: Así ganamos México 86”, el libro escrito por el periodista Daniel Arcucci, “me bañé a los santos pedos y otra vez al auto, para recorrer los setenta kilómetros de Udine a Trieste, subirme al avión, aterrizar en Fiumicino y despegar para Buenos Aires, donde volví a aterrizar el lunes 13. Creo que a los de Migraciones no les di tiempo ni de sellarme el pasaporte”. El partido siguiente, el cuarto en nueve días, sería 24 horas después, el martes 14, contra Chile en el Monumental. Lo que Maradona estaba gestando era una hazaña y sin embargo sólo 7.000 personas acudieron a la nueva presentación de Argentina. Según crónicas de la fecha, los tres partidos sin triunfos que arrastraba la selección y la televisación en directo del partido (algo que no era habitual en la época) fueron decisivos para la muy baja convocatoria.
Diego volvió a romperla. Convirtió un gol, el cuarto en seis días, que abrió el 2-0 final ante Chile, un resultado clave para esperar el comienzo de las Eliminatorias con más tranquilidad. El Gráfico tituló “Maradona show: deslumbró con talento, corazón, amor y trabajo”. Un párrafo también resultaría profético: “Su presencia fue fuera de serie. Con la continuidad que da el descanso, Diego será la carta argentina”.
Al torneo italiano le quedaba una única fecha, la última, y el Nápoli-Fiorentina era un partido absolutamente prescindible: no cambiaba nada. Sin embargo, presionados por Matarrese, Maradona -y también Passarella- debieron volver a Italia: lo hicieron el viernes 17 y llegaron el sábado 18. Otra vez Diego manejó los 240 kilómetros entre Roma y Nápoles y, según recordó en su biografía, durmió 16 horas hasta el mediodía del domingo 19, cuando fue al San Paolo para jugar su quinto partido en 15 días. Entre el capitán de la selección en los Mundiales 78 y 82 y su reemplazante con la cinta ya había cierto resquemor -una relación que terminaría de explotar en México 86-, pero las fotos de la previa de aquel Nápoli 1-Fiorentina 0 parecen simular buena onda. Incluso, en una imagen, Diego le da una cachetazo en la cola al Kaiser, como si fueran compinches.
Maradona esta vez no convirtió pero, ante un estadio lleno -como todos sus partidos en el Nápoli-, volvió a ser el jugador más destacado del partido. Un chiste de la revista El Gráfico lo mostró bajando a la cancha desde las viejas escaleras de los aviones, mientras sus compañeros subían desde el túnel. “No paré desde el 5 hasta el 19 pero quería cumplir con el que me pagaba pero también con el que me amaba y me necesitaba. Lo primero que me propuse en la selección fue construir una consciencia: Jugar por Argentina debía ser lo más importante del mundo. Si teníamos que viajar miles y miles de kilómetros, hacerlo. Si teníamos que jugar cuatro partidos por semana, jugarlos”, escribió Maradona en “Yo soy el Diego”.
Pero en realidad, esos cinco partidos (tres con el Nápoli y dos con Argentina) eran muchos menos importantes de los que seis que vendrían con la selección, ya en las Eliminatorias, en las dobles fechas ante Venezuela, Colombia y Perú. Al día siguiente, el lunes 20, Maradona regresó a Roma y -otra vez con Passarella- voló primero a Francfort (Alemania) y, desde allí a Bogotá, Colombia, donde la selección se aclimataba para la altura (el segundo partido sería allí). El domingo 26, Argentina arrancaría su camino a México 86 con otros dos goles de Maradona y un triunfo 3-2 ante Venezuela, el país que, 36 después, recibe otra vez a futbolistas que anteponen a la selección por sobre las presiones de las ligas europeas.
*Este artículo fue publicado originalmente el 2 de septiembre de 2021.
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