De los dos partidos que Argentina jugará en los próximos días, ante Panamá y Curazao, el resultado será lo más prescindible: por una vez –o por dos-, la atención estará más localizada en la fiesta entre los campeones y el público que en el campo de juego. Pero en simultáneo, los amistosos del jueves 23 y el martes 28 también implicarán un mojón, el cuenta kilómetros colocado de nuevo en cero: será el inicio del ciclo previo al Mundial Estados Unidos-México-Canadá 2026. Y en días de alegría y de entradas agotadas, es curioso reconstruir cómo la anterior selección campeona del mundo, la de Diego Maradona y Carlos Bilardo, vivió un cuatrienio inesperado luego de México 1986, cuando de la gloria pasó a convivir al borde del calvario entre récords negativos, derrotas y peleas internas.

Mirá también

El origen revelado de Quiricocho, la palabra más “mufa” del fútbol argentino (y mundial)

En concreto, entre julio de 1986 y mayo de 1990, Argentina sólo ganó seis de sus 30 presentaciones oficiales (el 20%, uno de cinco), sumó derrotas históricas ante clubes y selecciones amateurs, forjó la mayor racha de partidos sin triunfos en su historia, permaneció más minutos que nunca sin convertir un gol, participó en dos Copas Américas y no fue campeón ni subcampeón, jugó apenas dos amistosos de local –Bilardo le temía a los silbidos y prefería jugar en el extranjero- y padeció varios cortocircuitos dentro del plantel, incluido uno muy fuerte en el corazón del equipo, entre el técnico y Maradona. Sin contar desde dónde venía y hacia dónde iba –del éxtasis de México 1986 al segundo puesto en Italia 1990-, esos cuatro años entre un Mundial y otro fueron de los momentos menos luminosos de la selección argentina.

En vez de ser una fiesta andante, aquella selección jugó lo justo y necesario, casi con timidez, aunque es cierto que no tenía que prepararse para las Eliminatorias porque los campeones clasificaban de manera automática para la siguiente Copa del Mundo. Además, en el organigrama de partidos para selecciones no existía lo que hoy se conoce como “fechas FIFA”, pero igual llama la atención que Argentina tardó casi un año en volver a jugar después de la final en el estadio Azteca. En concreto, desde el triunfo consagratorio del 29 de junio de 1986 ante Alemania Federal a su presentación siguiente, el 10 de junio de 1987 –un amistoso contra Italia en Zurich-, pasaron 345 días. El contraste con el regreso de la Scaloneta es absoluta: del 18 de diciembre de 2022, la fecha de la final ante Francia en Doha, al jueves 23 de marzo de 2023, el día del amistoso contra Panamá la próxima semana, habrán transcurrido 95 días.

Tras el 1 a 3 ante Italia –en el que Bilardo empezó a probar jugadores, algunos que serían figuras en Italia 1990, como Sergio Goycochea y Claudio Caniggia, y otros que se perderían en el camino, como Juan Gilberto Funes, Roque Alfaro, Darío Sivisky y Hernán Díaz-, el siguiente partido de Argentina fue de local, el 20 de junio en el Monumental ante Paraguay. Se trató de un amistoso de preparación para la Copa América, que empezaría a la semana siguiente justamente en Argentina, pero a la vez no dejaba de ser el primer partido del campeón del mundo en el país tras la gloria de México.

Seguramente influyó que ya se sabía que no jugaría Diego Maradona –cansado de la temporada italiana en la que acababa de consagrarse campeón con el Napoli-, pero no deja de sorprender que apenas 6.000 personas acudieron al Monumental, y la mayoría hinchas paraguayos. Hasta los detalles con buena intención salían mal: como parte de la supuesta fiesta, la Policía Motorizada debía realizar acrobacias pero una moto, sobre la que viajaban cinco efectivos, sufrió un accidente al atravesar un pozo del Monumental lleno de barro. El campeón del mundo fue visitante en las tribunas y también en el campo de juego: perdimos 1 a 0. “Esto no puede ser, tenemos que salir adelante sí o sí”, dijo Bilardo, después del partido, aunque lo que vendría sería peor.

La Copa América 1987 profundizaría ese comienzo con el pie izquierdo tras haber llegado a la cúspide del mundo. De los cuatro partidos que Argentina jugó, todos en el Monumental, ganó apenas uno –Ecuador-, empató otro –Perú- y perdió dos –Uruguay y Colombia-. La selección terminó en el cuarto puesto peleada con el juego y distanciada con la gente: salvo en el clásico rioplatense, las tribunas estuvieron semivacías, insólitamente con el público dándole la espalda al campeón del mundo. “Los silbidos de la gente están justificados”, aseguró Sergio Batista, mientras que José Luis Brown intentó rescatar lo positivo: “Fuimos cuartos en la Copa América pero seguimos siendo los campeones del mundo”.

Y aunque el 16 de diciembre de 1987 sí hubo una celebración multitudinaria en la cancha de Vélez, con un estadio repleto, con más caras nuevas que llegarían al Mundial –Pedro Troglio, Néstor Fabbri, Roberto Sensini- y con otro triunfo ante el subcampeón mundial, 1 a 0 sobre Alemania, se trató de una excepción festiva. “Lo más importante fue la reconciliación con la gente”, dijo en ese sentido Jorge Valdano, aunque sin prever que la selección de Bilardo ya nunca más volvería a ser local -la siguiente presentación de Argentina en el país sería con Alfio Basile como técnico, en febrero de 1991- y que además, a los pocos días, estallaría una pelea interna en la selección.

Tras ese viaje a Buenos Aires en diciembre de 1987, se desataría el primer gran cortocircuito entre Maradona y Bilardo. “Esta vez no me sentí cómodo con Bilardo. Tenía ganas de decirle ‘Carlos, pare un poco la mano’. Lo vi muy obsesionado, no me gustó para nada. Necesito que me deje un poco en paz, que no cargue todo sobre mí. Actuando así, lo único que hace es complicarme la vida. Tanta presión no me ayuda y no me gusta. Así me agota. Bilardo no puede programarme la vida como si fuera una computadora”, diría el capitán pocos días después del partido ante Alemania Federal.

Mirá también

El increíble maratón de Maradona con Argentina y el Nápoli: cinco partidos y 80.000 kilómetros en 15 días

Bilardo temía tanto a los silbidos que Argentina pasó a jugar 35 partidos consecutivos en el exterior –algunos, claro, de manera obligada, como la Copa América de Brasil 1989 y el Mundial de Italia 1990-. Pero los resultados no mejoraban: de las siete presentaciones de 1988, sólo ganó una. Tras las dos derrotas seguidas que acumuló en la Copa de las Cuatro Naciones, ante Alemania Federal y Unión Soviética, la selección viajó a Oceanía para jugar la Copa de Oro del Bicentenario de Australia. Sin Maradona ni la mayoría de los titulares, Argentina fue un desastre: perdió 4 a 1 contra el seleccionado local –entonces un fútbol amateur- y, de los dos partidos en los que enfrentó a Arabia Saudita –otro equipo por entonces sin roce internacional-, empató uno y ganó otro, su único triunfo en el año. En esa gira debutaron jóvenes que harían historia en la selección, como Diego Simeone, y otros futbolistas cuyo paso por la selección durarían un suspiro, como Mario Lucca, defensor de Vélez.

“Si tuviera a los titulares, me sentaría en el living de mi casa para dirigir”, intentó descomprimir Bilardo, que por entonces ya empezaba a repetir una frase que sería el sello de esos años: “(Jorge) Burruchaga tira el centro en Francia y (Oscar) Ruggeri cabecea en España”, una forma de explicar sus encuentros individuales con los futbolistas que jugaban en las ligas europeas, un éxodo que se acentuó después del Mundial 1986. El fútbol estaba cambiando: los técnicos de equipos nacionales ya se convertían más en seleccionadores. Al menos en 1988 –que también incluyó un paso sin gloria por los Juegos Olímpicos de Seúl, dirigido por Carlos Pachamé-, Argentina cerró el año con un 1 a 1 ante España en Sevilla que, dentro del contexto, fue tomado como positivo ante un rival de peso.

Mirá también

Franklin 896: el día en el que el menemismo traicionó a Maradona

Pero si 1987 y 1988 ya habían sido de discretos para abajo, 1989 fue aún inferior. En la Copa América de Brasil, Argentina terminó tercera en la ronda final, muy lejos de Brasil y Uruguay, otra vez sin chances de pelear el título. De los siete partidos que jugó, ganó dos (ambos 1 a 0, en la primera ronda, ante Chile y Uruguay), empató tres y perdió dos. Y algo peor: empezó a mostrar una grave incapacidad ofensiva. Ya en diciembre, el buen empate ante Italia en Cagliari –en cierta forma un anticipo de lo que pasaría al año siguiente en la semifinal del Mundial- fue un oasis dentro de una selección que no ganaba ni hacía goles como nunca en la historia.

En concreto, Argentina estuvo nueve partidos sin ganar entre julio de 1989 y mayo de 1990, con cinco empates (Bolivia, Paraguay, Italia, Austria y Suiza) y cuatro derrotas (Brasil, Uruguay, México, Escocia). La racha incluyó el récord de minutos sin convertir goles, 680 minutos, aunque sólo si se cuentan partidos internacionales clase A: Argentina volvería a ganar ante Israel, el último partido previo al Mundial, el 22 de mayo, y ya había quebrado la ineficacia ofensiva en el 1 a 1 ante los austríacos, en mayo.

Si a esa lista oficial se le suman otros tres partidos que Argentina jugó en ese lapso, a comienzos de 1990, pero que no forman parte de lo que la FIFA llama clase A, ante el Mónaco de la liga francesa (derrota 0 a 2), Guatemala (empate 0 a 0) y Linfield, un club de Irlanda del Norte (triunfo 1 a 0), la racha de partidos sin triunfos se mantiene en nueve. Sin embargo, lo que aumentaría es el récord de minutos sin convertir goles: 836 minutos, entre el gol de Caniggia a Uruguay el 8 de julio de 1989 y el de Néstor Lorenzo al Linfield el 3 de abril. En el medio, tras aquel 0 a 0 en Centroamérica, los medios titulaban “la selección, de Guatemala en Guatepeor” y hasta el presidente, Carlos Menem, pidió que Bilardo llamara a su coprovinciano Ramón Díaz, entonces en Mónaco, pero de claro vínculo riverplatense: el técnico tuvo que ir a la Quinta de Olivos a explicarle al Jefe de Estado que el “Pelado” y Maradona no sintonizaban.

En aquel partido jugado en Belfast con una extraña camiseta azul sin escudo de la AFA, fue titular Valdano, convocado de apuro por Bilardo ante la mala racha ofensiva de Argentina. El delantero campeón del mundo de 1986 se había retirado hacía más de dos años, víctima de una hepatitis crónica, pero el técnico le pidió un esfuerzo porque, le dijo, podía ser titular en Italia 1990. Sin embargo, a último momento Bilardo lo marginaría de la lista: fue cuando Valdano dijo “nadé y nadé pero me ahogé en la orilla”. Según recordó el actual analista de fútbol, “Bilardo me aseguró 'Si me das seis meses de tu vida, yo te doy un Mundial'. Me sometí a un suplicio físico y una semana antes de empezar el Mundial, me dice no te veo”.

Entre los campeones de México 1986 también hubo cortocircuitos seguidos en ese cuatrienio. Apenas tres meses después del Mundial, Daniel Passarella pasó factura por su desastrosa experiencia: “El técnico de la selección fue Grondona”, dijo para desprestigiar a Bilardo, al tiempo en que empezó a criticar al cuerpo médico por su supuesta ineficacia. Ya en enero de 1987, Ruggeri prepoteó a Ricardo Enrique Bochini en mitad de cancha, durante un River-Independiente en Mar del Plata, al grito de “sos un alcahuete de los dirigentes”, en épocas en las que los jugadores negociaban con el presidente de la AFA para acelerar el cobro de los premios.

Pero luego del último amistoso, el 2-1 ante Israel en Tel Aviv ya a pocos días de Italia 1990, Argentina llegó al Mundial y construyó otra proeza, la de llegar a una nueva final, como si la selección de Bilardo y Maradona estuviese predestinada para aparecer en la cita más importante, las Copas del Mundo. Y que todas las derrotas y calvarios en el mientras tanto no fuesen más que el suplicio que todo gran equipo debe atravesar.

Si te gustan las entrevistas en profundidad, historias y efemérides, seguí los contenidos de Al Ángulo a través de TyC Sports. También podés registrarte gratis e indicar tus preferencias para recibir notificaciones en tu browser o bajate nuestra APP (disponible en Android & iOS).