Ella es Nadia Báez, nadadora no vidente que viajará a París a disputar lo que posiblemente sean sus últimos Juegos Paralímpicos.
— ¿Alguna vez te dijeron que no a algo? ¿Que no ibas a poder llegar? ¿Que no lo ibas a poder hacer?
— Mirá, la verdad es que sí. Eso fue lo que me ayudó a intentar un montón de cosas. Yo sentía el 'no' como un desafío.
Entre ovaciones, aplausos y gritos de multitudes que desconoce, Nadia Báez se dirige al partidor. Aturdida por la ansiedad y el miedo al fracaso, salta al vacío y todo aquel ruido, aquellos murmullos desaparecen. Es ella y el agua, su vieja amiga que nunca la juzgó. El miedo se transforma en concentración. En los primeros segundos de la fase subacuática, sus recuerdos la atraviesan y se siente orgullosa de estar ahí. Probablemente, el salto que impulse a Nadia a las piletas de París 2024, sea el último en su carrera.
“Mi sueño es ganar una medalla, pero teniendo en cuenta las posibilidades reales, mi objetivo es quedar entre las 8 primeras. Estoy trabajando para poder bajar mi tiempo de los últimos Juegos, ese es mi objetivo”, anhela Nadia, quien viene de conseguir la medalla de oro y el récord americano en los 400 metros de medley con un tiempo de 7.32.96. en la World League en Berlín, en la previa a los Juegos Paralímpicos.
Ya empezaron los nervios, ajustes en la dieta, correcciones nuevas en algunas vueltas y en la técnica. Lunes, miércoles y viernes, doble turno. Martes, jueves y sábado, un turno. A las 7 de la mañana al gimnasio y a las 9 rumbo a las piletas. En los últimos dos Paralímpicos, Nadia obtuvo la quinta posición en la tabla. “Destaco su perseverancia, pudo sostener mucho tiempo su carrera deportiva y pudo lograr a su edad sus mejores marcas históricas, no es común. Forma parte también de lo aplicada que es, eso es lo que lleva a un deportista a tener una carrera longeva”, halaga su actual entrenador, Pablo Quinteros.
El 26 de junio de 1989 nació aquella beba que jugaba y nunca lloraba, se destacaba por su dulzura y su sonrisa. A sus 8 meses su mamá, Norma, notó que algo no andaba bien. La beba tenía dificultad para agarrar objetos. Una vecina del barrio de Moreno, lugar donde nació, la alertó al comentarle que Nadia no reía cuando le hacían payasadas. La madre asustada fue al médico. El pediatra le decía que era normal, que se estaba haciendo demasiada historia porque era su primera hija.
“Un día estábamos en una reunión familiar y mi hermano me dice que le pone comida en el plato y Nadia no la ve. Yo le dije ¡qué bruto! ¿cómo vas a decir eso? Él me decía que no agarraba la comida. Ahí, hice un click y volví al médico”, describe Norma.
El pediatra mandó a aquella madre preocupada al oftalmólogo, "Luego del fondo de ojos fue cuando salieron y dieron la noticia, lo que tenía Nadia era un retinoblastoma bilateral, cáncer en los dos ojos. Uno de ellos muy comprometido y el otro con 4 tumores. El lunes la operaban. Salimos con el papá de Nadia sin entender nada. No se podía esperar más por el riesgo de que el tumor se vaya al cerebro. La operaron, se le enucleo un ojo y el otro iba a tratamiento a ver si se podía salvar. Empezó el infierno. Fueron casi 2 años con quimio y rayos. La quimio era muy fuerte, vivimos un año y medio internados, Nadia la pasaba muy mal. Ella veía un poco con el ojo que le quedaba, diferenciaba colores, si le ampliaban las letras las veía. A los 5 años le hicieron un injerto terrible porque al no tener el ojo, al recibir rayos se le cerró, no podía tener prótesis”, contó.
Así fue creciendo y a pesar de su baja visión, no fue un inconveniente el hecho de estudiar. Su madre le sacaba fotocopias a los libros y ampliaba la letra para que pudiera leer. Cada dos renglones le remarcaban uno, bien negro para que resalte. Empezó la escuela para ciegos en la 505 en Moreno, donde la ayudaban a manejarse para preparar sus tareas en la Secundaria. Allí conoció a Belén, su mejor amiga hasta el día de hoy.
Nadia siempre estuvo vinculada al deporte: “Yo siempre veía en la televisión patinaje artístico sobre hielo y soñaba con estar ahí. Quiero patinar y competir”. Así fue como lo intentó. Norma la llevaba por todos lados en búsqueda de la felicidad para su nena. Arrancó patín, pero al poco tiempo se dio cuenta que si quería competir no iba a poder ver al rival y chocaría con todo. Descartado patín.
“Entonces con la visión limitada que tenía en ese momento fuimos tratando de buscar alguna actividad donde los profes se animen a darme clases, cuando les explicaba que tenía poca visión, se negaban”. Sus respuestas eran: “No, pero no sé si va a poder”, “No, pero esta actividad no…”. No, no y no. El 'no' jamás la hizo caer.
Probó con gimnasia artística por ser un deporte individual, que en principio parece menos riesgoso. Años estuvo practicando hasta que se dio cuenta que no iba a poder subir a una viga, pero todo lo que era gimnasia de suelo lo pudo hacer sin demasiada complejidad.
“A los 10 años conozco que existe la posibilidad de hacer deporte con personas con discapacidad, recién ahí me meto en lo que es el deporte adaptado. Con la escuela especial y los torneos bonaerenses, empiezo a hacer de todo un poquito”.
¿Vamos a correr?
- Sí, vamos a correr.
- ¿Vamos a nadar?
- Sí, vamos a nadar.
Al no, lo transformaba en un sí.
Hacía todo lo que podía, se notaba que tenía facilidad para practicar actividad física. En ese momento, empezó a soltarse un poco más y comenzó a liderar los grupos deportivos, ya desde el lado del deporte con discapacidad. “Ahí cambia un poco mi personalidad y dejé de estar tan quieta. Me di cuenta que ese era mi lugar”. Atrás quedó la Nadia introvertida, silenciosa, la que siempre fue invadida por los médicos, la que sabía que se tenía que quedar callada y hacer caso. Comenzaba a asomarse una Nadia que quería ser independiente.
“A los 11 años arranqué natación en una colonia, nos tomaban evaluaciones y la primera semana ya me fueron pasando a niveles cada vez más altos. Después, empecé a competir en los torneos. En unos Juegos Evita me pusieron a entrenar para ser evaluada por técnicas de la selección. Yo ni siquiera tenía un club. En verano iba a la colonia, sin embargo, en invierno los clubes no me aceptaban para entrenar con los equipos convencionales”, recuerda.
“Al tiempito me llamaron que habían conseguido un profe. En la primera clase me dijo que entrenar era 'ir todos los días, esfuerzo, disciplina, competir, torneos…' ¡Sí, eso quería yo!”, cuenta con una sonrisa de oreja a oreja.
Entre tantos no, luego de luchar contra varias adversidades, llegó el sí que cambiaría su vida. “Me acuerdo cuando me contó que la convocaron para competir en la selección, salía de la escuela y se iba a entrenar, nos juntábamos y ella se iba al Cenard. Muy disciplinada, lo merece”, con emoción dice su amiga, Belén.
Si bien la vida de aquella niña resultó ser un tobogán de emociones para su familia, ella nunca bajó la guardia. Cuando una mañana Nadia estaba preparándose para ir a entrenar al Cenard, su madre escuchó un golpe.
— Nadia, ¿qué se cayó?
— No veo más.
—¿Cómo que no ves más?
— No, no veo.
Nadia chocó con la puerta de su pieza. No lo tomó a mal porque era para lo que se había estado preparando toda su vida. Su mamá nunca vio llorar a Nadia por su discapacidad, los comentarios nunca la afectaron. Siempre fue para adelante. Fueron al oftalmólogo, le hicieron láser pero no, nada resultó. El problema era que el ojo estaba muy dañado por todas las cosas que le habían hecho cuando ella era pequeña, pero ella nunca cayó, Nadia jamás se dio por vencida.
Ya era una historia emblemática, un ejemplo para deportistas, sin embargo, no le alcanzó y quiso ir por aún más. Cuando terminó el colegio, quería seguir el profesorado de educación física y tuvo una respuesta que le resultaba bastante conocida: “Me dijeron que no, que no podía hacerlo”.
La única opción que le daban era hacer la licenciatura, pero en la que no se puede hacer la parte práctica, sólo teórica. “Ahí dije, ¿ahora qué hago? Empecé a mirar cosas y pensé: psicología puede ser, era lo que más te ofrecían. En esa época, lo más común era que el ciego fuese psicólogo o abogado. Empecé a incursionar un poquito más y conocí lo que es la rama de la Psicooncología, el trabajo con pacientes con cáncer, bueno esta puede ser una opción a futuro”, reflexionó.
Hoy en día, Nadia es una profesional. Luego de 10 años de estudio y esfuerzo se recibió de psicóloga. Mantiene vigente su interés y siempre se está actualizando sobre algún tema nuevo para ayudar a sus pacientes, mientras se prepara para unos nuevos Juegos Paralímpicos.
Llegar hasta acá no fue un camino fácil. Durante cuatro años se viene preparando para la cita en la que competirá este sábado, pero no sola. Acompañada de su equipo integrado por su entrenador y un pilar fundamental que es su psicóloga deportiva, Belén Pineda. “Nadia es una persona que no suele pensar en fracaso sino en oportunidades de mejorar y en desafíos”, la describe como una persona muy disciplinada, meticulosa que no deja nada librado al azar. Ella está en todos los detalles para que ese desafío se cumpla.
Ella es olímpica en todo el sentido de la palabra, defiende los valores olímpicos y los representa de una manera excepcional. Es una persona íntegra, respetuosa y que siempre trata de ayudar a los demás. Sueña con su consultorio donde atender a los niños.
Nadia ya está en su recta final como deportista, sin embargo, todavía no es consciente de todo lo que logró hasta el momento: “No me siento un ejemplo. Siempre fui muy justiciera y siempre traté de hacer las cosas como tienen que ser. No me considero un ejemplo porque hice muchas cosas mal, o no fue la forma o no llegué a cumplirlo, pero siempre fomenté esto de intentarlo, no quedarse con la frustración. El 'no llegué', el 'no puedo', por lo menos intentarlo. Me resuena más cuando alguien empieza a leer mi curriculum y me pregunto: '¿tanto tiempo pasó?”.
34 años pasaron de aquel primer cumpleaños en el Garrahan, atrás quedaron esos días eternos entre médicos y rayos, hoy a sus 35 la espera la que tal vez sea su última cita paralímpica para cerrar una historia y comenzar otra. Seguramente vuelvan a aparecer sus viejos enemigos, los 'no' en su camino, pero lo que no saben es que son una motivación más para ella.