Una tarde invernal, en un pueblo de menos de 5 mil habitantes y en un estadio con cuatro pequeñas tribunas hechas con tablones de madera, el fútbol juntó a dos antagónicos números diez. Uno jugaba en una liga amateur, el otro ya había cautivado al mundo con su juego. Uno, el que jugaba en Argentinos de aquella localidad, dicen que era el mejor de su equipo. El otro era el mejor futbolista de todos los tiempos. Uno, el de Argentinos, era Darío Lopardo que, mientras corría, lloraba de emoción, de alegría y de asombro por estar enfrentando a su ídolo de toda la vida. El otro, el ídolo, corría a su lado. Era Diego Armando Maradona.

La escena ocurrió el sábado 3 de junio de 1995 en Carlos Tejedor, ciudad ubicada al noroeste bonaerense, y a la cual Maradona arribó en una avioneta para disputar un partido de exhibición.

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“Yo soy fanático suyo. Cuando llegó la noticia de que iba a venir estaba enloquecido. No lo podía creer. A mi hijo le puse Diego por él”, cuenta Lopardo que hoy, 25 años después de aquel día, trabaja como ambulanciero. Tal era su amor por Maradona que previo al partido amistoso le pidió a su técnico dejar la camiseta número diez que usaba a menudo y ponerse la nueve. Lopardo sabía que su ídolo en algunos amistosos anteriores, en los últimos minutos de juego, tenía la costumbre de cambiarse de equipo con el diez rival y no quería perderse la oportunidad de jugar con él. Sin embargo, Diego nunca cambió de bando.

La llegada de Maradona a Tejedor se gestó en una concesionaria de autos. Allí se juntaban a charlar un grupo de amigos entre los que estaba Luis Magnello, quien era secretario de Argentinos, y a ellos, a veces, se sumaba Marcelo Bottari, exfutbolista de Huracánde Parque Patricios que viajaba seguido a visitar sus campos que tenía en la ciudad bonaerense. “Un día vino Marcelo y contó que iban a llevar a Maradona a jugar un partido a Olavarría y ahí yo le dije que se fijara si en vez de irse para allá podríamos traerlo nosotros”, reconoce Magnello en diálogo con TyCSports.com.

A la semana siguiente Bottari llamó al dirigente para anunciarle una buena noticia: “Lo charlamos y le gustó la idea. Está entusiasmado así que va a ir a jugar a Tejedor”. Los dos clubes de la ciudad, Huracán y Argentinos, se unieron y comenzaron a preparar el evento.

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Aquel Maradona que viajó a 455 kilómetros desde las luces de la Capital Federal llevaba más de once meses -el 25 de junio de 1995 se cumpliría un año- sin disputar un partido oficial a raíz de la suspensión que le impuso la FIFA por resultar positivo en un control antidoping en el Mundial de Estados Unidos 1994. En ese lapso, incursionó en la dirección técnica. Primero, el 3 de octubre de 1994 se transformó en el entrenador de Deportivo Mandiyú y luego, el 6 de enero del año siguiente, asumió como técnico de Racing, cargo que dejaría en mayo tras la derrota en las elecciones del hasta ese entonces presidente de la Academia, Juan Destéfano. Meses después, en octubre, volvería a ponerse la azul y oro antes de dejar el fútbol para siempre.

El encuentro iba a realizarse el 25 de mayo, pero Maradona fue invitado a Mónaco para ver el Gran Premio de la Fórmula 1. Sin embargo, no olvidó su compromiso con su amigo y reprogramó el partido para el 3 de junio. “Vos quedate tranquilo que no te voy a hacer quedar mal con tu pueblo”, le dijo Diego a Bottari. Allí llevó su propio equipo para jugar, conformado por varios exjugadores como el propio Bottari, Carlos Randazzo, Eduardo Papa y Carlos Torino, entre otros. Aquel grupo se había constituido a fines de 1994 para disputar en México el Mundial de fútbol rápido que, además de la presencia estelar de Maradona, contó con la participación de su hermano Raúl, conocido como Lalo, y la de otro exfutbolista, Juan Amador Sánchez.

En Tejedor, Maradona y sus amigos, que a diferencia de Pelusa viajaron en combi, salieron al campo de juego del estadio Hermanos García, perteneciente a Huracán, con una camiseta roja con detalles blancos en las mangas para enfrentarse a los dos equipos de la ciudad. El primer tiempo lo hicieron frente al local y el segundo, contra Argentinos.

No obstante, hubo gente que no creyó que llegaba Maradona. El futbolista con más fieles en el mundo, por quien hasta fundaron la iglesia maradoniana, despertó suspicacias con la noticia de su arribo. “Algunos se reían. No entendía nada o no creían. A la cancha fueron más personas de otras ciudades que de acá”, recuerda Magnello. “Mucha gente no fue porque no creía, era algo impensado”, agrega Gustavo Iglesias, uno de los centrales de Argentinos aquella tarde.

Incluso, algunos de los futbolistas que jugaron ese día tuvieron la certeza de que enfrentarían a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos recién cuando vieron a la avioneta en la que se trasladaba sobrevolar por Tejedor. “Estábamos cambiandonos en el club cuando escuchamos el avión y ahí recién nos convencimos de que venía Diego”, recuerda Bruno Rodríguez, en ese tiempo estudiante de veterinaria e integrante del plantel de Argentinos. El sentimiento que tenían él y sus compañeros no era diferente al del resto del pueblo.

Muchos de los presentes ese día coinciden en que era inverosímil el hecho de que Maradona pudiera presentarse en ese lugar. Esto, sumado a que la presencia del exjugador de la Selección Argentina se confirmó finalmente el jueves primero de junio, dos días antes del partido, explica los motivos de que sólo estuvieran presentes cerca de 3 mil personas a pesar de que, en esos tres días, un grupo de dirigentes repartió volantes en otras localidades vecinas como Pehuajó, América, Trenque Lauquen, General Villegas, Lincoln y 9 de Julio.

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Las crónicas periodísticas sobre aquella tarde reflejan que ante la escasez de tribunas, el público improvisó con camiones jaulas que hicieron de gradas. Todos buscaban un lugar de privilegio para ver a Maradona. Una vez dentro del campo de juego, el mundo giraba en torno al Diez. “Cuando ingresó a la cancha íbamos todos trotando atrás de él para que nos fotografíen mientras entraba en calor. Incluso, en el momento en que estábamos por sacarnos la foto con el equipo, Maradona viene corriendo para sumarse y con un compañero nos abrimos para que quede en el medio de nosotros y Diego apoya la mano izquierda en mi pierna derecha. Todavía tengo esa foto recortada y en un cuadro en mi casa”, cuenta Rodríguez. El encuentro terminó 8-0 a favor del equipo de Maradona que derrotó por 4-0 a cada uno de los conjuntos locales, pero el resultado fue lo que menos importó.

“Para nosotros parecía que estábamos en otro mundo -apunta Iglesias-, lo mirábamos todo el tiempo a él”. Rodríguez ayuda a imaginar la dimensión de lo vivido: “Si hubiera sido en estos tiempos, habríamos jugado con el teléfono en la mano para sacarnos fotos y filmar”.

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Para que la fiesta fuera completa, no podían faltar los goles del único futbolista de la cancha al que todos habían ido a ver. Por eso, los tejedorenses no quisieron dejar nada librado al azar. “Nuestro técnico nos dijo: ‘Hagamos que el espectáculo sea él’. Así que -relata Iglesias- nos pidió que le hiciéramos faltas cerca del área para que pueda patear”. Finalmente, Maradona -que esa tarde anotó tres tantos- tuvo un tiro libre al borde del área y puso la pelota en el ángulo izquierdo del arquero para que delire todo el pueblo. Casualidad o no, ese gol fue casi un adelanto de lo que se vendría en la vida de Maradona porque casi cuatro meses después, el 15 de octubre de 1995, en la cancha de Vélez y por la fecha 10 del torneo Apertura, vistiendo nuevamente la camiseta de Boca, convirtió ante Argentinos Juniors otra vez de tiro libre y desde una posición muy similar. La única diferencia es que en esta ocasión la pelota viajó al otro ángulo.

“Ese día fue una fiesta para Tejedor”, dice Magnello. No solo los futbolistas cumplieron un sueño, los hinchas que se acercaron a la cancha también rememoran con emoción aquella jornada. “Maradona se arrimo al alambre a charlar con nosotros como uno más. Tenía una humildad tremenda”, revela el tejedorense José Merlotti. Diego también se sacó fotos con los chicos que lograron ingresar al campo de juego. Y antes del encuentro, en la conferencia de prensa, elaboró una frase que, además de ser el título de la nota principal de la revista Esfera Deportiva, que realizó la cobertura del acontecimiento, dejaba en claro por qué había decidido viajar hasta aquel remoto pueblo: “Me gusta estar siempre en contacto con mi gente”. Debido a la cantidad de personas que querían estar, al menos por un momento, cerca de Maradona, un dirigente tuvo que entrar con su auto al campo de juego y acercarse hasta el túnel que conducía al vestuario para que pueda retirarse del estadio.

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A pesar de que Maradona nunca más volvió a pisar Carlos Tejedor, en la ciudad en la que nació el mítico arquero Xeneize Hugo Orlando Gatti y murió en un accidente aéreo el piloto automovilístico Luis Di Palma, aún quedan vestigios de su paso: la camiseta que lució ese día.

Marcelo Bottari viajaba seguido a Carlos Tejedor y, cada vez que lo hacía, Oscar Bonetti, un amigo suyo, le insistía para que le consiguiera la camiseta.

—Mirá, es muy difícil porque no sé qué ha hecho Diego, pero voy a intentar —le explicó Bottari a su amigo una vez.

 A Bonetti esa respuesta no lo conformó. Un día, después de aquellos encargos incansables, Bottari apareció con la camiseta que había usado Maradona y se la regaló. Sin embargo, a la historia de la casaca le faltaba un capítulo más.

Alejandro Rocha, un gomero que tenía de cliente a Bonetti, aplicó la misma estrategia que este con Bottari. Le pidió en reiteradas oportunidades la camiseta, pero Bonetti fue contundente:

 —Ni loco te la regalo. Mirá, Rocha, pedime cualquier cosa, pero no la camiseta de Maradona porque con lo que me costó conseguirla, mientras yo viva, la voy a conservar conmigo. No se la voy a regalar a nadie.

 Varios años después, Bonetti, a quien le habían diagnosticado una grave enfermedad, apareció unos días antes de morir en la gomería de su amigo Rocha. Para ese entonces, la existencia de la camiseta había quedado en el olvido.

—Rochita, necesito que me hagas un favor —se anunció Bonetti.

—Sí, Oscar. ¿Qué precisás?

—¿No me calibrás las cubiertas del auto?

—Sí, cómo no.

—Yo voy a poner a calentar el agua para tomar unos mates.

Una vez que la tarea del gomero había concluido, Bonetti, ya dispuesto a irse, le insiste:

 —Che, decime cuánto es por el laburo.

 —No, si no cobro para inflar las ruedas del auto.

—Sí, cobrame.

—No, no.

—Bueno entonces te voy a dar un presente —avisó Bonetti.

—Pero no es necesario, Oscar. No me tenés que dar nada...

Bonetti fue hasta el auto y volvió con una bolsa de nylon verde en la mano.

Tomá, te regalo esto porque ¿sabés una cosa Rochita? Me quedan muy pocos días, así que te hago este regalo y quiero que lo conserves de por vida.

En la bolsa estaba la camiseta roja, con el número 10 en negro estampado en la espalda, que Rocha conserva hasta hoy.

Por Federico Bajo y Fernando Bajo

Fotos y videos: Bruno Rodríguez y FM del Sol 102.3.

* Este artículo fue publicado originalmente el 20 de diciembre de 2020.

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